La venganza de los Volsungos

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En el último episodio conocimos sobre Sigfrido, el último representante de la raza de los volsungos, una raza de fuertes y valientes guerreros que fueron traicionados y masacrados por el rey de los gautas Siggeir, siendo el único que sobrevivió a esta masacre Sigmund, este joven con la ayuda de su hermana Signy que estaba casada come el rey que había masacrado a los volsungos, creció en el fondo del bosque aprendiendo a vivir y luchar en el bosque, con el tiempo crecería hasta convertirse en un guerrero hábil y fuerte, cuyo principal objetivo era tomar venganza por el terrible acto que había sufrido su familia, en este episodio continuamos con la leyenda y conoceremos como los volsungos pudieron al fin derrotar al rey Siggeir y tomar venganza.

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Sigmund continuó en el bosque muchos años, sabiendo que él solo no podría llevar a cabo la venganza, en ese tiempo dos hijos nacieron de Signy y el Rey Siggeir, ambos tan parecidos a su padre que la reina no vio el espíritu volsungo en ninguno de ellos, y al final ninguno de los dos tuvo el coraje necesario para ayudar a completar el plan de ella y Sigmund.

Cuando el mayor cumplió diez años, su madre lo envió al bosque para que Sigmund lo conociera y en caso de tener algo de la raza volsunga en su sangre, fuera entrenado en las artes de la guerra.

Sin embargo en cuanto el muchacho llegó a la casa oculta bajo la tierra, Sigmund reconoció que el joven no tenía el temple adecuado para un volsungo; a pesar de todo acogió al hijo de su hermana y le pidió que preparara el pan para la cena mientras él iba a buscar leña. Cuando Sigmund regresó encontró al muchacho aún de pie frente a las brasas con la bolsa de harina en su mano, sin que hubiera nada de pan listo para prepararse. Cuando Sigmund preguntó al niño el por qué no había preparado el pan aún, el joven respondió:

—«No me atreví a meter la mano en el saco, porque había algo que se movía en la comida».

Después de esta respuesta, Sigmund envió al muchacho inmediatamente de vuelta con su madre, porque sabía que un joven tan pusilánime no podría ayudarle a vengar a sus parientes asesinados.

Al año siguiente Signy envió a su segundo hijo al bosque, pero él también no pudo preparar la comida por el miedo y, dijo cuando Sigmund volvió:

—«Hay algo vivo en el saco, así que no me atreví a tocarlo».

Así que nuevamente Sigmund pidió al pequeño que volviera con su madre.

Algunos años más tarde nació otro hijo de Signy que se parecía en todo a los Volsungos, tan alto, fuerte y feroz como ellos, pero de cara bonita como Sigmund. Cuando su madre lo consideró lo suficientemente valiente y duro como para soportar una prueba extrema, ella mismo le cosió su camisa a la piel y el niño de repente se la arrancó riéndose y diciendo:

—«Esto no es nada para un Volsungo».

Tras pasar esta prueba Signy supo que podría enviar al muchacho con su hermano, así que le ordenó que fuera inmediatamente a la cueva en el bosque, en la que Sigmund vivía.

Tan pronto como el muchacho, que se llamaba Sinfiotli, llegó a la cabaña de Sigmund, se le dijo que amasara la comida para la cena, tal como habían intentado hacer sus hermanos. Entonces el joven se quedó solo y cuando Sigmund regresó de recoger leña, el pan estaba listo para ser horneado. Cuando Sigmund le pregunto si había visto algo moverse en la comida, el muchacho respondió:

—«Sí, note que había algo vivo en el saco, pero fuera lo que fuera lo he amasado todo junto con la comida».

Entonces Sigmund se rio y dijo:

—«No comerás nada de pan esta noche, porque sin saberlo has amasado a la más mortal de las serpientes. Y aunque yo coma cualquier veneno y viva, no hay veneno que tú puedas tomar y seguir vivo.»

Después de pasar la prueba, Sinfiotli se quedó con Sigmund en el campo y fue entrenado en todo lo que corresponde a un volsungo. Juntos vagaban por los bosques agrestes, cazando, luchando contra las bestias salvajes y saqueando como forajidos, ya que de ninguna otra manera podían obtener riquezas. Sinfiotli pronto olvidó los días que había pasado en el palacio del rey Siggeir y se aceptó su destino como volsungo.

Un día, mientras viajaban juntos por el bosque, encontraron una casa en la que yacían dos hombres profundamente dormidos. En las muñecas y tobillos de los durmientes había pesados anillos de oro, y sobre sus cabezas colgaban dos pieles de lobo grises. Así Sigmund supo que eran hombres lobo y que esta debía ser la décima noche, en la que el hechizo se eliminaría y los encantados recuperarían su forma humana.

Entonces Sigmund y Sinfiotli se pusieron las pieles de lobo mientras los hombres dormían; y habiendo hecho esto, no podían de ninguna manera liberarse del encantamiento hasta el momento indicado. Así que se lanzaron al bosque aullando como lobos, aunque cada uno sabía el significado de los gritos del otro. Teniendo la naturaleza de las bestias salvajes, fueron en busca de presas, pero antes de tomar caminos separados, acordaron ayudarse mutuamente de manera que si más de siete hombres se lanzaban sobre cualquiera de los dos, debía aullar tan fuerte que su compañero lo escuchara.

Cada uno siguió su camino, y con el tiempo Sigmund se encontró con una banda de hombres que le atacaron con lanzas; pero emitió un profundo y lejano aullido que trajo a su compañero lobo de inmediato para ayudarlo. Aún en su forma de lobo, Sinfiotli mató a cada uno de los hombres que habían atacado a Sigmund, y una vez más los amigos se separaron. Antes de que se adentrara de nuevo en el bosque, Sinfiotli fue repentinamente sorprendido por once hombres con fuertes equipos de caza; pero luchó tan ferozmente que en poco tiempo todos estaban muertos en el suelo.

Mientras Sinfiotli, cansado de la batalla, yacía bajo un roble, Sigmund se acercó a él, y viendo a todos los hombres muertos, preguntó inmediatamente:

—«¿Por qué no me pediste ayuda?»

Y Sinfiotli respondió:

—«Me resistía a pedirte ayuda para matar tan solo a once hombres».

Entonces la rabia de lobo se apoderó repentinamente de Sigmund, saltó sobre Sinfiotli y le mordió en la garganta matándolo inmediatamente.

Sigmund y Sinfiotli luchando convertidos en lobos.

Cuando Sigmund vio a su amigo muerto, se entristeció mucho y llevó sobre sus espaldas el cuerpo sin vida, a la cueva en medio del bosque, sin tener claro que podría hacer ahora.

Al día siguiente, mientras permanecía a la puerta de la casa, pensando en la terrible situación en la que se hallaba, vio a dos comadrejas peleando de manera violenta, tanto que una de ellas mató a la otra. En ese momento la comadreja que había matado a su compañera corrió hacia un matorral y regresó con una hoja en su boca, que colocó sobre la herida de la comadreja muerta. Para sorpresa de Sigmund, la comadreja muerta inmediatamente se despertó, como si nada hubiera pasado.

Entonces un cuervo voló por encima con una hoja de la misma hierba en su boca, y esta cayó justo a los pies del hombre lobo. Así que Sigmund tomó la hoja y la puso en la herida de Sinfiotli, y este enseguida volvió a la vida. Entonces los dos esperaron en la cueva hasta el día en que el encantamiento terminara y pudieran deshacerse de sus formas de lobo. Cuando adoptaron la forma humana tomaron las pieles de lobo y las quemaron para que ningún hombre sufriera más daños al tomarlas.

Cuando Sinfiotli creció lo suficiente, Sigmund sintió que había llegado la hora de vengar la muerte de los volsungos, ya que había probado al muchacho y no encontró miedo en él. Así que un cierto día ambos dejaron la casa de la tierra y llegaron en la noche al palacio del rey Siggeir. No tenían intención de ir de inmediato a la presencia del rey, así que se escondieron entre unos barriles de cerveza que estaban amontonados en el salón. Mientras estaban así escondidos, Signy se dio cuenta de su llegada; y mientras el rey se emborrachaba bebiendo abundantemente, ella salió a su encuentro y les habló en voz baja. Juntos tramaron un plan sobre cómo debían matar al rey Siggeir, pero la reina no se atrevió a quedarse mucho tiempo con ellos para evitar ser vista por algún sirviente la viera y el rey se enterara de su presencia.

Esa misma noche, mientras los hijos de Signy y el rey jugaban, uno de los juguetes se escapó y, rodando en el salón, se deslizó entre los barriles de cerveza. Los niños corrieron rápidamente tras él, pero cuando vieron a los dos hombres sombríos y bien armados entre los barriles, corrieron avisando a su padre lo que habían visto.

El rey temió por su vida, ya que sabía que algo malo le esperaba, Signy en cambio llevó a los niños al salón y le dijo a su hermano:

—«Mira, a estos dos que te han traicionado. Deberías por lo tanto matarlos»

Pero Sigmund respondió:

—«Nunca mataré a tus hijos por haber dicho en donde estaba escondido»

Pero aún no había terminado con su frase, cuando Sinfiotli sacó su espada y mató a los dos niños. Luego tomó los cuerpos y los llevó ante el rey Siggeir, arrojándolos a sus pies. Ante este tétrico espectáculo la ira del rey se despertó, haciendo que olvidara el miedo que lo había paralizado y ordenando a sus hombres que agarraran a los extranjeros y los ataran con grilletes.

Así que Sigmund y Sinfiotli fueron atacados por un nutrido grupo de soldados del rey, pero los héroes lucharon tan fuerte y valientemente que los cuerpos de los soldados yacían muertos a su alrededor e incluso aquellos que terminaron heridos en la batalla recordaron durante mucho tiempo la lucha de esa noche. Sin embargo al final los dos extraños, fueron dominados y atados con fuertes cadenas. En ese momento el Rey Siggeir los hizo encerrar en un calabozo, mientras reflexionaba durante toda la noche sobre qué forma de muerte debía infligirles.

A la mañana siguiente el rey mandó a cavar una gran fosa, en medio de ella colocó una piedra que separaba la fosa en dos compartimentos, tan alta y lisa que nadie podría escalarla. Tras tener lista la fosa, colocó a Sigmund y Sinfiotli en cada uno de los compartimentos, posteriormente ordeno sellarlos y luego cubrir la fosa con tierra, de manera que los dos héroes fueran enterrados vivos, sin agua y sin alimento.

Aprovechando el alboroto por la captura de los enemigos del reino, Signy se acercó con un manojo de paja en sus manos, y lo tiró en la zona don de Sinfiotli se encontraba, ordenando a los pocos sirvientes que estaban cerca no decir nada al rey, tras esto los hombres terminaron de cubrir la fosa, con tierra, dejando que Signy se alejara.

Tan pronto como juzgó que la noche había caído, Sinfiotli desenvolvió el fardo de paja para tratar de arreglar una cama; y mientras buscaba a tientas entre el fardo en la oscuridad encontró un gran trozo de carne de cerdo. Al ver el apetitoso bocado, el joven guerreo lo devoró con entusiasmo, ya que el rey Siggeir no había dado nada de comer a los cautivos desde que fueron tomados prisioneros, en ese momento, mientras despedazaba la carne, sus dedos se cerraron de repente sobre una estructura acero duro; y cuando sacó el objeto de la carne, encontró en su mano una espada, que no era otra que la espada de Sigmund, el regalo de Odín, que Signy había escondido en la paja. Sinfiotli dio un grito de alegría, y agarrando firmemente la empuñadura, clavó la punta de la espada en la gran roca que lo separaba de Sigmund. Tan fuerte fue el golpe que la espada atravesó la piedra hasta la empuñadura; y por medio de la gran rotura que hizo, los dos cautivos pudieron hablar entre ellos.

Entonces Sigmund agarró la hoja de la espada a su lado, y juntos él y Sinfiotli cortaron la enorme piedra por la mitad. Cuando amaneció, los dos habían limado la roca tan ferozmente que la hoja de la espada brilló en la oscuridad de la fosa; sin embargo la agudeza de su filo no se había apagado.

Pronto Sigmund se abrió camino a través de la hierba y las piedras que cubrían la fosa; y él y Sinfiotli se pusieron de pie juntos frente al palacio del rey Siggeir. No había sonido en su interior, porque todos estaban todavía dormidos; así que Sigmund y Sinfiotli se deslizaron suavemente hacia el salón llevando madera en sus brazos; con la que hicieron grandes pilas alrededor de los durmientes, a las que pronto prendieron fuego, el que se extendió rápidamente, llenado de humo todas las estancias del palacio, haciendo despertar a los durmientes, sorprendidos por el denso humo que invadía el castillo. Cuando el rey se despertó, por los gritos del palacio, vio el humo y las llamas y gritó:

—«¿Quién ha encendido este fuego en el que me quemo?»

A lo que Sigmund respondió desde fuera de la sala:

—«Soy yo, Sigmund el volsungo, con Sinfiotli, vuestro hijo e hijo de mi hermana; y ahora puedes saber por fin que no han muerto todos los de mi raza».

Luego cerró y bloqueó las puertas del palacio para que nadie pudiera escapar, pero antes busco a Signy, para que saliera rápidamente de la sala y que no pereciera en las llamas. Pero la reina se negó a abandonar el palacio, al ver su negativa, Sigmund le ofreció ricos regalos y un lugar de honor entre su propio pueblo; pero Signy se puso al lado del rey y respondió…

—«He guardado en la memoria el asesinato de los volsungos, y que fue el rey Siggeir quien realizó este vergonzoso acto. Envié a dos de mis hijos al bosque para que aprendieran como vengar ese mal, y luego me encontré con Sinfiotli, que era un Volsungo y no pertenecía a la raza del rey Siggeir. También te ordené que mataras a mis hijos pequeños, ya que sus palabras te habían traicionado. Por esto y por nada más he trabajado todos estos años, lo único que he deseado es que Siggeir tenga su castigo al fin. Ahora la venganza ha caído sobre él, pero que el fin venga también a mí, porque felizmente moriré con el Rey Siggeir, aunque no me haya alegrado de casarme con él.»

Así que Signy pereció en el fuego con su marido, y muchos murieron con ellos para que la ira de Sigmund el volsungo pudiera ser satisfecha. Después de derrotar a Siggeir, Sigmund reunió una gran comitiva, y llenó muchos barcos con los tesoros del rey Siggeir, y con Sinfiotli zarpó hacia su propia tierra. Cuando llegó al país de los volsungos, se encontró con que un rey vecino había usurpado el trono, y reinaba en lugar del antiguo rey. Sigmund lo echó del país y él mismo tomó el trono de su padre, donde gobernó después durante muchos años. Él y Sinfiotli hicieron la guerra con otros reyes, y su fama se extendió por todo el país. Nadie podía igualarlos en fuerza y valor, y de todos los Volsungs, el Rey Sigmund se ganó un gran renombre.

Mientras Regin pronunciaba estas últimas palabras, se volvió hacia el joven que estaba a su lado y sonrió al ver el brillo del orgullo que brillaba en el rostro de Sigfrido mientras el maestro hablaba de las valientes hazañas de los volsungos.

— «¿Te cuento el resto de la historia y cómo la espada de Odín le falló a tu padre en un momento de necesidad?» preguntó, sabiendo bien la respuesta que daría Sigfrido. Entonces el joven puso nuevas brasas en el fuego; y el maestro reanudó el cuento tantas veces contado.

Fuentes consultadas: